¿Por qué han venido a llamarme, en mitad de la noche, si no tenían necesidad de mí? EL viejo llega, llama a la puerta como si quisiera derribarla, suplica, me hace salir de la cama caliente, y me cuenta que su mujer está a punto de dar a luz y que no tiene a nadie para asistirla. Yo, ingenua, me dejo persuadir, y le sigo. Creía que estaban en casa de parientes, o por lo menos en la posada. En cambio, me lleva a un establo fuera del pueblo, alejado, medio derrumbado. Se detiene y dice: es aquí. Yo no quería ni entrar, porque no estoy acostumbrada a poner los pies en los establos. Todas mis clientes son señoras, las mejores señoras de Belén. Y esta mujer que se aloja en un establo debe ser una desgraciada, una huida, tal vez una pecadora que se esconde.
A pesar de todo, me llené de valor y entré. Ahora ya había llegado hasta allí y tal vez consiguiera un siclo, aunque el viejo no tuviera aspecto de ser una persona de posibles. Pero cuando ya estoy dentro, ¿qué veo? A la madre toda tranquila y plácida, sentada cerca del pesebre, como si nada hubiese ocurrido. Y allí dentro, en el heno, un hermoso niño que me mira a los ojos y que ilumina toda la habitación.
Y entonces, digo yo, ¿qué sorpresas son éstas? ¿Porqué me habéis arrancado de casa, donde soñaba tan bien, si todo se ha terminado?
Ellos, el hombre y la mujer, se miran y no me contestan. Finalmente consigo saber que aquella joven ha parido sin dolor, sin trabajo y sola, sin la ayuda de nadie, mientras el viejo me buscaba. No he podido contener la rabia y me he desahogado con los dos cuanto me ha parecido.
Pero la mujer estaba completamente encantada con el niño y el niño parecía que me sonriera, como si quisiera calmarme. El viejo ha intentado ponerme en la mano algunas monedas, pero yo no he querido nada y he salido de allí dando un portazo.
Aquellas no son personas como las otras, y yo no quiero ni tocar su dinero. Puedo equivocarme, pero ahí hay algo de brujería. Nunca se ha oído decir que una mujer pariera de ese modo, sin dolores y sin socorro. ¡Y ese hijo que mira a la gente como un hombre!
Y luego, ¡hacerme levantar a esta hora, con este viento helado, y para llegar y encontrarme que todo está hecho! Mañana, apenas se haga de día, quiero explicárselo todo al centurión. Dejaré de ser quien soy si mañana no los echa de Belén, ¡vagabundos ignorantes!
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